El proceso se inicia cuando la luz que trae la información obtenida al traspasar o reflejarse en los objetos que encuentra en su camino entra en el ojo.
Primeramente la luz atraviesa la
córnea, un tejido transparente
invisible que sale de la parte blanca opaca delantera del ojo.
La cantidad de luz que entra es
regulada por el iris (corona
circular de distinto color según las personas: marrón, azul, verde, etc., con
un orificio en su centro).
El orificio
central del iris (mayor o menor según la intensidad de la luz) se llama pupila.
Inmediatamente detrás de la
pupila está el cristalino
transparente que actúa como una lente convergente.
A través del interior del globo
ocular (lleno de un líquido gelatinoso y transparente llamado humor vítreo) el rayo de luz llega a la
pared extrema del interior del ojo llamada retina
donde se forma una imagen menor, real e invertida de lo que se está mirando.
El nervio óptico transmite esta sensación de la retina al cerebro y éste reconstruye el objeto a
su tamaño verdadero y en su posición correcta.
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Esquematización del ojo humano |
Los bastones son mucho más numerosos que los conos y son muy sensibles
a la luz, así que gracias a ellos podemos ver cuando la luz es escasa.
Los conos, en cambio, sólo funcionan cuando hay bastante luz. Los conos
dan la sensación de color, y los bastones imágenes en “blanco y negro”.
Los científicos creen que aparte
de los monos y del ser humano, no existen otros mamíferos que tengan conos.
¡Las vacas no ven colores!
Si en la retina no hay conos,
como en los ojos de un perro, se
obtiene una visión del mundo monocromática. Los colores son sustituidos por
diferentes tonalidades de grises.
Las aves, por ejemplo, poseen un sistema de visión en color más
complejo que el nuestro. Sus células fotosensibles detectan muchos más matices
de color que nosotros.
Los insectos como las moscas ven a través de sus ojos
compuestos, que están formados por la unión de miles de lentes.
Carina Kandel
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